Chango Spasiuk: “Si no tuviese mis pies sobre la tradición, no tendría ninguna consistencia”

Se reconoció en la música como un precoz acordeonista que acompañaba las fiestas familiares, en su Apóstoles natal, en la hermosa provincia de Misiones. Chango Spasiuk parece vivir como si la música fuese el lugar en donde no hay que explicar nada, donde se aprendió a expresar de manera natural. Así, frente a tamaña filosofía, fue difícil preguntar y buscar claroscuros. Para el Chango persiste una polémica idea salvadora sobre el arte y la música: rompe barreras, permite la disolución de las contradicciones. Pero cuánto hay que retorcer el acordeón, cuánto hay que raspar en uno mismo para acceder a ese estado y ofrecerlo. Llovía y te ofrecí, dice un tango. Así es la metafísica del Chango: la entrega de algo que no le pertenece, de algo que es el mundo. Pero a pesar de todo, se podría suponer que eso que el Chango elude en sus respuestas está en su música.
-¿Cómo te llevas con el tradicionalismo del chamamé, con los chamameceros de ley? ¿Dicen de vos como decían de Piazzola: eso no es tango, eso no es chamamé?-Yo ya pasé la etapa en la que me peleaba entre esos aspectos, tradición- no tradición, vanguardia-lo viejo. Hay un solo lugar dónde pararse y es la música. La música es una herramienta y un lenguaje con el que se expresa una gran cantidad de gente en función de los lugares donde nació y de lo que los rodea. Entonces ese lenguaje adquiere una infinita cantidad de rostros. Es todo muy subjetivo en cuanto a decir “esto es tradición” y “esto es vanguardia”, y si hay un lugar con el cual enfrentarse o no. Históricamente pareciera que las personas de otra generación tienen una manera diferente de pensar, pero hoy en día, donde estoy parado yo es en la música. Y si hay una tradición con la cual me tengo que llevar, me llevo bien. Después, si hay personas que tienen una manera particular de pensar y como no pensás como ellos se enojan con vos, bueno, yo trato de no perder el tiempo en convencer a alguien que no piense como yo. Para mí es bastante liberador pararme donde estoy parado ahora, que no es un lugar conciliador, yo quiero dar mi punto de vista sobre aquello que realmente vale la pena. Y como mejor puedo dar ese punto de vista es con la acción, tocando música. Yo creo que uno no puede separar la música de la vida, entonces hay personas de otra generación que tienen que comprender que hay otras maneras de desarrollar un lenguaje, y cuando uno experimenta estéticamente con algo es por una necesidad personal de tratar de ir en una dirección misteriosa, en la que el resultado no siempre puede ser el mejor, pero más allá de todos los costos, uno tiene que intentarlo. Por otro lado, los jóvenes tienen que entender que hay un lenguaje que tiene determinadas características y uno tiene que tener la responsabilidad de estar a la altura de la historia de ese lenguaje, o por lo menos saber de qué se trata. Pero yo no me siento enfrentado con la tradición porque soy una persona que está parada sobre la tradición, sino tuviese mis pies sobre la tradición, no tendría ninguna consistencia el desarrollo de mi lenguaje. Pero la tradición no es el concepto generalizado y superficial que la gente tiende a creer, que son dos o tres estereotipos que no cambian a lo largo del siglo. La tradición es algo profundo, silencioso y vivo, y es casi el corazón de cualquier música que está sonando. Está siempre ahí, no son mundos enfrentados. El que aspira a hacer un desarrollo de un lenguaje en términos de vanguardia, lo tiene que hacer con un profundo conocimiento de la tradición. Si no es algo hueco e insulso. Yo estoy profundamente conectado con la tradición, que no significa que esté siempre de acuerdo con hombres grandes de otra generación.
-¿Por qué pensás que elegiste el lenguaje que elegiste?-Porque nací en un lugar donde esa era la única opción que tenía. Donde yo nací, no existía ni televisión por cable, ni Much Music. Creo que había un disco de Gardel, uno de ABBA, uno del Cuarteto Santa Ana. La música que me rodeaba era la música en vivo, en un casamiento o en un bautismo. Y esa música la tocaban con acordeón. A mí me llegaba eso y me tocaba el corazón. Yo no sabía qué eran Los Beatles y Led Zeppelin.
-¿Y más de grande?-Más de grande te vas dando cuenta que la música es la música y uno elige un lenguaje. Es como preguntarle a un niño, ¿qué es más importante, los juguetes o el juego? Lo que me importa es jugar, no importa con qué juguete. A mí me importa expresarme, no importa a través de qué me expreso. Me expreso con el lenguaje que conozco, lo que importa es lo que tengo para decir. Claro que esta es una sociedad que está considerando constantemente la herramienta con la que me expreso. Eso que he intentado decir, lo he hecho de un montón de maneras: más acústicas, más eléctricas, pero es el mismo juguete usado de muchas maneras. Las estéticas han sido muchas, pero siempre a través del chamamé. Respeto mucho los otros géneros pero cada uno tiene sus misterios y no es tan fácil aprender a hablar tantos idiomas simultáneamente y decir cosas importantes en un montón de idiomas, entonces elijo uno nada más.
-¿Entonces vos no hacés fusión?
-La palabra fusión es peligrosa porque es mezclar un elemento con otro para lograr un tercer elemento. Creo que la palabra correcta es desarrollo de un lenguaje. Desarrollás un solo elemento en nuevas posibilidades. Yo no estoy llegando a un nuevo género, simplemente estoy reelaborando el mismo género de otras formas. A lo sumo lo que estoy haciendo es reinventando un sonido a través de un mismo lenguaje.
-Polcas de mi tierra parece el resultado de una especie de De Ushuaia a la Quiaca tuyo…-Es diferente de De Ushuaia a la Quiaca porque no coquetea con pequeños universos sino que elige uno sólo y lo desarrolla. Lo que tienen en común es que es un disco que está grabado en el contexto en donde esa música se expresa en su totalidad. Pero es un sólo universo, que es el de mi infancia. En Polcas hay algunas grabaciones de mi papá, que era carpintero y tocaba el violín, y está mi tío cantando también. De donde yo vengo la gente se expresa con el chamamé, con polcas rurales, entonces son como un montón de colores que hacen al mundo sonoro de un lugar. Todos esos elementos me rodean a mí y es con esos elementos con los que yo creo mi propio estilo sonoro. Todos esos colores hacen a mi música y yo los combino en función de mi necesidad. ¿Por qué hice ese disco? Porque mi papá me enseñaba a tocar desde el violín esas canciones y yo aprendí a tocar el acordeón con esas canciones que él me enseñaba. La gente esperaba que después de ese disco yo siguiera en esa dirección y después vino Chamamé crudo, una cosa más eléctrica. No son aspectos que estén peleados, son aspectos que forman parte de mi personalidad y de mi mundo.
-¿Vos eras músico en ese concierto familiar?-Yo soy músico desde que tengo 10 años. Cambiaron los escenarios, pero siempre fui músico.
-¿Te acordás de tu primer acordeón?
-Lo tengo todavía. Es un acordeón Maestrina de color amarillo, de 24 bajos. Mi papá lo compró en una relojería y lo dejó en el living de mi casa.
-¿Existe un prejuicio dentro del folklore hacia el chamamé?- Se ponen muchos estereotipos en cada tipo de música. Y el chamamé fue caracterizado como la música de provincianos que venían a vivir a Buenos Aires, como música de sirvientes o de cabecitas negras. Todavía hoy en día nos cuesta relacionarnos con los lenguajes corriéndonos del esterotipo con el cual nos hemos criado. Cuanto más ignorancia hay, más fragmentación hay. Y cuanto más conocimiento profundo vamos tendiendo de la música, más nos vamos dando cuenta cuán interconectadas están las cosas.
-¿Pensás que vos revalorizaste un poco el género siendo reconocido internacionalmente?-Nadie me lo pidió pero trato de achicar la brecha entre las personas y las músicas y de crear un lazo que diga “se trata de música”. Hay músicas que vale la pena probarlas y saborearlas, y en especial el chamamé. No hay que ser del Litoral para escuchar chamamé, porque si no tendríamos que ser de Jamaica para escuchar a Bob Marley y de los Balcanes para escuchar a Goran Bregovich.
-Has tocado en todo el mundo, ¿cómo se llevan idiosincrasias tan diferentes con el chamamé?-Ahí no le ponen ese estereotipo del que hablábamos antes. El inglés está escuchando música de un país de donde viene el tango pero que no es tango. Y quiere ver de qué se trata ese universo. Y ahí ya no importa lo que yo diga sino lo que toque y que llegue al corazón de esa persona, porque estás tocando para el hombre y su sensibilidad. Entonces llega como a mí me llega la música de otros lugares del mundo, yo no estoy pensando en sus contextos para ver si me gusta o no.
-¿Vos no renegás del World Music? Respecto de eso Liliana Herrero dijo en un reportaje para Ni a palos que “no se pueden borrar las fronteras”.-De mí depende comunicar el lenguaje que se está tocando en un circuito que está interesado en escuchar otras músicas. En ese circuito, está en mi discurso el tratar de explicar de qué se trata eso.
-Cuando se te ve tocar, se te ve como muy pleno, feliz, ¿qué te pasa cuando tocás en Londres, por ejemplo?-Exactamente lo mismo. Sí puedo experimentar la belleza de poder tocar en un contexto diferente. Es bello que yo me pueda sentir tan cerca de esa gente siendo que nadie conoce lo que yo hago y yo no conozco a nadie. Y sin embargo, me siento familiar, unido a una situación ajena donde yo no conozco nada de ese lugar y sin embargo por un momento puedo sentir que estoy en mi casa. Lo que te une a esas personas es una misma necesidad de estar cerca de algo bello.
-¿Por qué elegiste el Gran Buenos Aires para tu próxima gira?-Porque en el Gran Buenos Aires vive mucha gente que no viene a Capital para ir al teatro. Pero para llegar a esos lugares tenés que tener un impulso, algo para presentar. Y el disco Pynandi (Los Descalzos) y su recepción me dio ese impulso para llegar a tocar a esos lugares como San Martín, Luján, San Isidro o Avellaneda, que tienen teatros muy hermosos. Además a mí me gusta tocar en vivo.
-Cómo vivís los conflictos sociales que oponen imágenes entre un interior tradicional y conservador y un rostro más popular que pretende la distribución del ingreso, por ejemplo, o el avance de los derechos civiles?-Uno puede hacer un montón de lecturas, en términos legales o políticos, pero yo encuentro sólo una manera de vivirlo y es en términos humanos, con todas nuestras contradicciones. Somos una sociedad y elegimos una manera colectiva de vivir en la que se expresa todo lo que somos. La gente cree que no tiene nada que ver con el otro, pero ese que está enfrente de mí tiene algo que ver conmigo y cuanto más lo ignore, más grande va a ser la brecha entre los dos. Y cuanto más profundice más me voy a dar cuenta de los elementos en común que tengo con ese que tengo enfrente. Y por ahí lo que ves es que nadie escucha a nadie o por ahí lo que se ve es la falta de sentido común. En ambos lados hay aspectos que hay que tener en cuenta, pero para eso hace falta comprensión y paciencia. La raíz de todo desentendimiento parte del desconocimiento del otro. No es una manera fácil de zafar de la pregunta, porque en realidad acá no se trata de levantar una bandera y decir “soy de este equipo”. No es un River-Boca porque en realidad hay un solo país. Para mí no hay dos lados, hay muchos puntos de vista.
-No es River-Boca pero hay intereses contrapuestos en un país.-Sí, pero ahí es donde uno tiene que tener la madurez de discutir esos contrapuntos de manera adulta y no infantil, y aprender a desarrollar un punto de vista más allá de lo que me dicen. Porque no se trata de repetir lo que oigo o lo que leo. Yo trato de reelaborar lo que leo en función de la experiencia personal y trato de sacar mi punto de vista.
-¿De tu experiencia haciendo Pequeños Universos en Canal Encuentro, cuál es la imagen más fuerte que te quedó?
-Hay 39 lugares, pero si tengo que elegir uno, elijo el chaco salteño, Santa Victoria, límite de Argentina con Bolivia y Paraguay sobre el Río Bermejo, y el negro Gómez y tres o cuatro violineros más tocando debajo de un árbol.
-¿A qué le decís Ni a palos?A cantar.
Por Julia Mengolini y Martín Rodríguez