¿Será la globalización que nos encarcela entre las rejas del universalismo para dejar de ser nosotros y convertirnos en un número de registro sin alma ni corazón? O es este fanatismo por las redes sociales donde las distancias se acortan con un clic y como máximo, dos?
Perdimos el humor o sin ser apocalípticos nos robaron el sentido del humor, y el contexto que creaba la mueca sagrada de la vida…la sonrisa.
Ya no tenemos el copetín del domingo, las tardecitas de bicicleta y menos, las sobremesas eternas del asadazo con los amigos, las mateadas en las veredas, se fueron raleando como los salarios.
Se vive día a día en la vorágine de las grandes ciudades, también en las soñolientas tardes del pueblerío provinciano…
La inseguridad, la violencia y el despotismo se suma al oído sordo de quienes elegimos en una mesa de domingo con el voto de confianza que por enésima vez nos traicionó.
El humor en el folklore ya no existe, se murió, lo enterraron y no renació ni como el ave fénix y menos como Jesús.
Los escenarios de los festivales carecen desde hace más de una década de los intrépidos contadores de historias pueblerinas, chistes de paisanos cortos, humoradas cotidianas trasformadas en lenguaje popular.
La grosería, el desnudo chabacano, los agravios públicos disparados por mediocres mediáticos y el sexo prostituido son el idioma del humor en los medios, sin límites, sin red y lo más grave sin COMFER.
Pero volviendo a los que nos compete… a los productores, generadores de escenario… ¿Lo dejamos así o buscamos un camino alternativo?
Nos animaremos a instalar sobre las tablas nuevamente la alegría, a darle a esos exquisitos personajes un espacio de relax, permitirles contar y reflexionar desde la óptica sana, con la visión del desparpajo sutil y ameno de un cuento.
Podremos reencontrarnos con la imagen del gauchito humilde que con su inocencia relata pasajes reales de un mundo ficticio, y qué decir del porteño vestido de soberbia y poder que enmarañaba mentiras en una fábula de torpezas y engaños...
El humor en los festivales rescata unos pocos personajes que se los utiliza para rellenar minutos antes de tal o cuál figura, acompañando al animador como partenaire –partener- , pero nunca como “artista”.
El humor agonizó y antes de sucumbir dejó un mensaje…”quién no aprende a reírse de él mismo, no merece llamarse hombre”.
P/D: Luís Landriscina, el último mohicano del humor, dejó su espada, y el vacío permanece hoy… después de tanto tiempo doliendo en el alma de un pueblo demasiado ocupado en cuidar su vida como para sonreír con la carcajada ancha de la felicidad merecida.
Por Pedro Daniel Spinelli
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