“Por el viejo río que va
cruzando el amanecer
como un gran camalotal
lleva la balsa
en su loco vaivén.
Rumbo a la cosecha
cosechero yo seré
y entre copos blancos
mi esperanza cantaré
Con manos curtidas
dejaré en el algodón mi corazón.
Así comenzó Ramón Ayala su presentación en el Salón Amarillo de Casa de Gobierno. El homenaje que brinda el pueblo y el gobierno de corrientes, en el marco del ciclo de “A Puertas Abiertas”, tuvo en la noche del miércoles a un grande de la música del litoral.
Antes de tomar su guitarra de diez cuerdas, Ayala converso con sus amigos que se acercaron a saludarlo. Fue el momento del abrazo emotivo con Julio Cáceres y Pablo “Toto” Ceman; además del público que se acercaba para estrechar la mano al notable compositor.
Desde el comienzo dio gracias por esta posibilidad de estar en corrientes. “Pero lo que más agradezco – expreso – es cuando se aproximan como una aguada los tigres del alma, los tigres de la canción”; refiriéndose a sus amigos músicos.
Antes de abrir la dulce melodía de su guitarra, manifestó que “parece ser que Corrientes es la única provincia, en el concierto de provincias del país, que tienen la capacidad y la claridad mental para darse cuenta de que el poeta, el cantor popular, es el que va construyendo la identidad del país”.
Con tono suave y atrevido, un periodista osó preguntar sobre los años que lleva Ramón Ayala en la música. “Estoy con el canto popular desde que me siento, como dice el paisano” – expresó el músico – “no es que me quiera sacar el lazo de encima, pero algo de eso hay. Es bueno siempre mantener el misterio”; para respetar esa postura, solo recordemos que su nacimiento data de fines de la década de 30.
El tema elegido por “el mensú”, para arrancar la noche del 5 de octubre, fue el cosechero. Tras este primer tema, saludo a su público y comentó que “de la misma manera que el hombre cosecha los frutos de la tierra, en este caso el algodón, hay seres que recogen los frutos del alma”
Ramón Ayala aprovecho cada momento para desplegar su decir poético. “El que tiene el alma limpia, el corazón caliente y la visión clara, ese llega al escenario de su vida con la alegría de haber vivido. Con la alegría de haber vivido la magia de los días.
La música continúo siendo la dueña de la noche. Tras sus palabras, Ayala presentó el tema “Danza del Ñamunby”, un sólo en guitarra que fue desbordante. “La única red que puede atrapar la melodía de los pájaros es la red del arte, de la poesía, de la música”.
Luego vino el tema a su amigo de “cuatro patas, orejas largas, narices frías y una cola como una castañuelas”. Le hice un tema a mi amigo el perro, por que “cuando el murió comprendí que muchas horas de mi vida habían partido para siempre con él”. “Que eran irrepetibles como el día de hoy, que nunca jamás se repetirá por los siglos, este día de hoy es único, jamás como ayer, nunca como mañana. Jamás como ese perro que se fue para siempre” – sentenció el músico.
Entre cada tema volvía las palabras del poeta, en un momento emotivo recordó que hay un tema dedicado a la mujer, “a todas ellas dedicó “mi pequeño amor”; con lo cual el público acompaño con sapukay y aplausos emotivos.
Luego volvió a presentar un tema nuevo, dedicado al corazón. “Tema dedicado a su majestad el corazón, el dueño de la vida”. Vinieron después, para deleite del público, el “jopara” de –guaraní y castellano – “El Moncho” y “Posadeña Linda”, entre otros temas.
Se interrumpió el repertorio para entregarle la placa recordatoria de este ciclo de “A puertas abiertas”. El mismo fue entregado por manos de Julio Cáceres y Eduardo Sivori, por parte de la Subsecretaria de Cultura de la Provincia.
Sobre el final del concierto, el público pidió algunos clásicos que estaban faltando escuchar. Así llego el “cachapecero” con lo cuál fue cerrando la noche. “Después nos vamos, por que esto no es con cama”, recordó el músico, apelando nuevamente a su buen sentido del humor.
La noche ya estaba envuelta en su mando oscuro, pero el alma estaba cargada de poesía, música y canto a la vida. Ramón Gumbercindo Cidade – “El Mensú” –, como el río que va, ya dejó su marca de constructor de la identidad.