Hace tiempo que venimos desde esta columna cargando tintas contra la idea de límites, esa triste paranoia de la propiedad privada nacional. Que en determinado lugar termina la Argentina y comienza el Paraguay, que más acá están los mojones que delimitan el Brasil del Uruguay, que más allá la Triple Frontera. Insistimos en diferenciar de manera precisa, nos escandalizamos porque el Google Earth no traza de manera exacta qué parte de la Garganta del Diablo es misionera y cual paranaense. Y así mil ejemplos, mientras los mbya guarani siguen saltando los ríos – sin hacer aduana ni visas de trabajo – para ubicarse a conveniencia desde Santa Catarina hasta el Guaira.

¿Por qué ese afán de marcar lo que nos separa, cuando lo evidente, lo importante, lo urgente, es hermanar, poner de manifiesto que es el mismo color y la misma historia y la misma lengua guarani, la misma geografía y hasta las mismas epidemias (dengues y políticos a la orden del día) las que nos circundan?
Hace unos días tuvimos la oportunidad de acompañar a un grupo de músicos que, tras recorrer la provincia de Misiones en Argentina con su música partieron hacia Rio Grande do Sul, pues allí el chamame está en pleno crecimiento. Por suerte los riograndenses no se preocuparon por echar una frontera para que el chamame no “entrara”, sino más bien lo acogieron como un hijo más de la región, y por ello no tienen empacho en entonar en castellano, guarani o portugués, canciones del repertorio litoraleño o composiciones propias. Organizaron un festival que crece año a año – el Encontro de Chamameceros de Sâo Luiz Gonzaga – y que reúne en enero a los más grandes del género. Desde Corrientes por suerte supieron entender que compartir es crecer, y a partir del año que viene arreglarán las fechas para que ambas fiestas – esta y la Fiesta Nacional del Chamame – no coincidan en fechas ni compitan en público.

Hay quien dice que la música hermana. Yo creo que en realidad lo que hace la música es revelar: no crea nada nuevo que nos una, sino que despierta eso tan particular que como un lazo nos atraviesa y enlaza a todos. La música es reveladora pues los sonidos y los ritmos nos ponen de manifiesto cuánto tenemos en común, nos liman las falsas distancias que han querido imponernos desde afuera.

La música revela los otros sonidos que no suelen estar presentes mientras ella habla: los del monte, del río, de la cosecha. Otras veces los evoca: los pájaros tienen un lugar privilegiado en el cancionero popular de la región: pájaro campana, choguy, el tero, el mainumby. Es que para el sonido no hay fronteras: el rugir de la Garganta del Diablo se escucha en ambas costas del Iguazú. Y por ello nuestra fe en la música, como la de los antiguos ava en la palabra, como instrumento de descubrimiento de nuestra verdadera y única forma de estar hermanados.

por Facundo Binda
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