Por Chango Spasiuk
Siempre que me preguntan por un tema que me gusta surgen muchas cosas que a mí –no sé si la palabra correcta es “me gusta”– me moviliza escuchar o leer. El tema que elegí se llama
El viejo alazán y es un chamamé escrito por dos hermanos, Félix y Héctor Chávez, que son misioneros. Es un tema cantado que está en el disco Soy de un dúo que se llama
Úbeda-Chávez y que tiene una letra muy simple, muy sencilla, que habla de un niño montando en pelo en el alazán silbando en el monte; y del olor a monte, el olor del yerbal, el olor del pan casero en la canasta que ese niño siente.
Me gusta ese pequeño microcosmos que construye con palabras simples. Hay una tendencia a llenar demasiado de palabras, de palabras difíciles, para contar algo, y muchas veces ni siquiera alcanzan a contarlo y a expresarlo. En cambio, en esta canción hay un desarrollo hacia lo simple y desestructurado, con lo que los Chávez alcanzan a expresar todo un universo.
Cuando uno lee la letra siente todo eso, pero cuando lo escucha cantado siente mucho más todavía. No alcanzo a explicar por qué, qué es lo que se siente llamado en uno por esa canción; por qué uno se siente tocado. No es que lo asocie a ninguna situación específica de mi infancia, aunque tuve una infancia cerca del monte, de los yerbales, del pan casero. No sé si es que habla de algún momento de mi vida, pero por alguna razón me toca, es una canción que habita en lugares adentro mío a los que no voy tan seguido. Parece poco pero es mucho que algo te llegue y que te movilice. Es una añoranza, no sé si de mi infancia en particular, sino de un estado que uno tenía cuando era niño, y con el que uno pierde un poco de conexión en la vida actual. Es un estado mucho más real y verdadero. Más esencial, y sin tanta cáscara con la que uno suele vivir.
Nota publicada en Pagina/12, el domingo 10-X-04