De Tatacuá
Domingo, 8 de diciembre de 2024
Miguel Maidana, el Hombre de Ley
En el corazón de Colonia Tatacuá, bajo el cielo amplio y eterno del litoral.
En el corazón de Colonia Tatacuá, bajo el cielo amplio y eterno del litoral, vivió un hombre cuya vida dejó una marca imborrable en el pueblo: Miguel Maidana, conocido por todos como el Hombre de Ley.
No fue un juez, ni un abogado; su título se lo ganó en el trato justo, la palabra cumplida y el corazón grande que siempre tuvo para con sus vecinos.
Miguel era el dueño del almacén de ramos generales, ese lugar donde la vida de un pueblo gira en torno a las conversaciones y al ir y venir de quienes buscan desde un kilo de yerba hasta un consejo.
Su almacén estaba junto al camino principal, una construcción sencilla de paredes de madera y techo de chapa, con estantes abarrotados de mercadería y un mostrador largo de madera gastada.
Allí se encontraba Miguel, siempre con su sombrero de paja y una sonrisa franca que parecía decir: "Acá nadie se queda sin lo que necesita."
Pero lo que hacía especial a Miguel no eran solo los productos que ofrecía, sino el modo en que los ofrecía.
En una época en la que el dinero escaseaba más que la lluvia en enero, Miguel extendía la libreta fiadora con la misma facilidad con que servía un vaso de caña a quien lo visitaba. Con letra prolija anotaba los nombres y las deudas, pero rara vez hacía falta que alguien pagara al pie de la letra.
“La confianza vale más que el oro”, solía decir, y lo cumplía a rajatabla.
Miguel no solo abastecía al pueblo con mercaderías, sino también con esperanza. En su almacén se tejían historias, se arreglaban disputas y se festejaban pequeñas victorias. Era el centro del pueblo, un lugar donde cada vecino sabía que sería escuchado y respetado.
Un día de tormenta, cuando el estero Batel se desbordó y el camino al pueblo quedó intransitable, Miguel cargó su carro con harina, yerba, velas y remedios.
Bajo la lluvia y el barro, fue de casa en casa, asegurándose de que nadie quedara a la deriva. Ese acto solidario selló su apodo de Hombre de Ley.
No porque impusiera reglas, sino porque era la ley misma de la comunidad: ayudar, compartir y no dejar a nadie atrás.
Con los años, el almacén de Miguel se convirtió en una especie de museo viviente. Allí estaban las historias de los primeros colonos, los sueños de los jóvenes que partían y las anécdotas de los viejos que nunca se fueron. Incluso los músicos del pueblo solían ensayar en la galería trasera, y más de un chamamé nació bajo esas chapas.
Cuando Miguel dejó este mundo, el pueblo entero se reunió para despedirlo.
Ese día, las puertas del almacén se cerraron por primera vez.
Pero en cada vecino quedó un poco de su legado, esa enseñanza simple y profunda de que la justicia no solo está en las leyes, sino en los actos diarios de bondad y respeto.
Hoy, en Colonia Tatacuá, el almacén de Miguel Maidana sigue en pie.
Los más viejos cuentan a los jóvenes cómo era aquel hombre de ley, y aseguran que, si uno escucha con atención en las noches de viento, puede oír la risa de Miguel y el eco de las historias que una vez llenaron ese lugar.
Extraído de :"Senderos del Litoral"