Carayá era un indio que vivía en las inmediaciones del Iberá. Le gustaba recorrer el monte todo el día, pero sufría mucho el miedo extraordinario que tenia a fieras como el yaguareté, el gato montés, el aguará y otros habitantes del monte.
Quería superar ese inconveniente, y un día le comunicó al hechicero, que quería que lo convirtiera en un animal parecido a ellos.
-Quiero ser alguien al que nada le puedan hacer los yaguaretés, ni las víboras y los zorros. Quiero vivir en el monte como ellos, trepando a los árboles, saltando de rama en rama, comiendo las frutas que estén a mi alcance, sin que nadie me diga nada.
Dicen que exclamó frente al hechicero "ah, si pudiera trepar siempre a los árboles. ¡Esa será mi mayor ventura!".
-Bueno le respondió el hechicero. ¡Será lo que deseas! Y comenzó a pronunciar palabras entre dientes y quemó algunas hojas secas de una hierba del lugar mezclada con hojas secas de tabaco.
De esa manera, y casi sin darse cuenta, el indio comenzó a transformarse paulatinamente en un mono. La piel se le volvió dura, con pelo y muy negra. Cambió la forma de su cabeza, la nariz, las manos adoptaron una forma especial, se le acortaron las piernas y le nació una larga cola.
Y como si todo el mundo sabía lo que había pasado, en cuando vieron a ese extraño animal trepando por los árboles, los miembros de la tribu lo llamaron "Carayá", el gran mono aullador de los esteros.