Domingo, 24 de Noviembre de 2024
MBURUCUYA CORRIENTES
Lunes, 13 de febrero de 2023
El chamamé: esa herida que nos libera
El pasado mes se celebró en la ciudad de Corrientes la “32ª Fiesta Nacional del Chamamé, 18ª del Mercosur y 2ª Celebración Mundial”, un macro festival por el que desfilaron diversas propuestas chamameceras.
Poniendo de relieve el gran avance que ha supuesto la declaración de nuestra música como “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad” por parte de la Unesco.
Dicho esto, es imprescindible señalar la importancia que han tenido a lo largo de estos años los “lugares de resistencia”, es decir los espacios de ejecución y difusión de otros muchos festivales que, contra viento y marea, se las han arreglado para dar continuidad a su labor. El chamamé hoy goza de buena salud porque sus cultores (los músicos y oyentes) han sabido preservarlo a través de su vivencia en la vida cotidiana: escuchar en la radio, poner un disco, agarrar un instrumento y tocar en solitario o compartir entre amigos una guitarreada, tan caro a los correntinos y la región litoral. En este sentido, merece especial atención la celebración hace unos días del 54° Festival Provincial y 18° Festival Nacional del Auténtico Chamamé Tradicional de Mburucuyá que ya ha traspasado su boda de oro y ha sabido mantener vivo el espíritu de los patriarcas de nuestra música.

Comparto, a continuación, un fragmento de una novela inédita de mi autoría titulada “Estero”, que se desarrolla en el Iberá. Va en él mi sentido homenaje a los músicos correntinos, por su entrega; y especialmente a un gran acordeonista de Caá Catí cuyo nombre no se menciona:

Día de cobro

Hoy es día de cobro en la estancia “El bagual”. Desde lejos se oyen gritos viscerales nacidos de las entrañas de la tierra. Cada grito, que en su esencia surge de un largo silencio, de un saber vivir hacia adentro templado por una misma ebullición de la sangre, nunca arde en el aire del mismo modo. Hoy es día de cobro. Desde lejos se oyen gritos viscerales.


Cada vez que el ciego levanta la cabeza como buscando un cielo que sólo ve en su memoria, los movimientos de sus dedos en las teclas del acordeón convierten la queja, la alegría, la nostalgia, en una explosión única que se convida en todos. Hoy es día de cobro, y el ciego es el chamán de la ronda, es el que exorciza las penas de cada uno de los peones. “El vino es sangre de Cristo/ porque es sangre popular”, recita encendido el rengo Aurelio, tras dar un largo trago a la jarra.

Vuelven los gritos de gargantas enajenadas por la emoción. Abel se pone de pie y cerrando los ojos y apretando el vaso de vino contra su pecho se hamaca un poco hacia la izquierda y luego hacia la derecha, y desde ese momento su mujer Jesusa regresa de la muerte y baila con él una vez más. Cada alma va pasando por el centro en desfile triunfal. Hoy es día de cobro. El flaco Ruperto tiene unos segundos para volver a despertar los gritos: cierra los ojos y ataca las bordonas; luego, preciso, desliza sus dedos por la primera, segunda y tercera cuerda; no en vano aprendió a tocar la guitarra con don Antonio. El gauchillaje vuelve a estallar en sapucay. Hay un refucilo de espuelas.

Se oyen gritos viscerales nacidos de las entrañas de la tierra. A don Preciado no le cabe la alegría en el cuerpo por lo que desenfunda su 38 Smith & Wesson y descarga los seis tiros hacia el alto techo de zinc. Luego recibirá la bronca del patrón, luego presumirá de que su revólver no fallara ningún disparo.

El ciego accede al pedido de tocar “General Madariaga”. Le da la nota al guitarrista y para comprobar la coordinación toca bajo el inicio de la melodía. Mientras tanto se oye un chacoteo incesante en el recinto, la mayoría de los paisanos, instigados por Cantalicio, se están burlando del petiso Gómez. El ciego pide que le pasen el “tiburón blanco” refiriéndose al vino y tras beber con avidez, le dice al guitarra “ahora sí vamos en serio”. El arranque con fuerza del fuelle atrae la atención respetuosa del paisanaje, más la del que ha pedido la pieza; la magnífica ejecución le hace recordar a su pueblo natal Paso de los Libres. El petiso Gómez se pone de pie y recita las glosas. Aunque se halla a un costado, el ciego vuelve a ser el centro de la ronda.

Al igual que el vino, la música los hermana; las asperezas entre uno y otro desaparecen momentáneamente. Hoy es día de cobro, y más de una esposa se sentirá sola, en vano esperará a su hombre acurrucada en el catre intentando oír los cascos de un caballo que se acerca o el ruido de alguna camioneta destartalada porque el día de cobro… seguirá durante la noche en la fonda de Brojín hasta que éste diga basta. Al amanecer cada uno regresará a su casa maltrecho igual que soldados vencidos en una batalla.


Desde lejos se oyen gritos viscerales. Al patrón don Alvarito no le hace gracia que en estas reuniones sus empleados se pongan “cariñosos” con el gatillo. Nunca ha sucedido una desgracia pero el disparo que le zumbó el oído al hijo de la cocinera dejándole sordo por unos días fue un claro aviso. En realidad, cuando don Alvarito ve la escena desde afuera no deja de sentir lástima por “estos pobres hombres de alpargatas bigotudas” a los que en fondo desprecia porque son eficientes en el trabajo y se conforman con poco.

Han llegado desde el pueblo. Jefrén ha acompañado al patrón a retirar del banco el dinero del cobro. Espera que éste entre a la casa para dirigirse hacia el galpón. Sabe que una vez allí tendrá que aguantar las ironías acerca de que es el preferido de don Alvarito. Nada más alejado de la realidad ya que el patrón no tiene preferidos, sólo peones.

Dicho y hecho. Ni bien Jefrén se deja ver en el galpón empiezan las cargadas. El petiso Gómez aprovecha la ocasión para asperjar el veneno que lleva acumulado por ser siempre el principal hazmerreír. Pero hoy es día de cobro y nada de lo que se diga ofende.

Afuera, a unos metros del galpón el asador remueve maliciosamente las brasas con un palo reavivando el fuego; la maniobra hace que la grasa de la carne chorree con mayor intensidad y desprenda, por tanto, un apetitoso olor que se cuela por la enorme puerta del tinglado.


“El diablo sabe más por viejo que por diablo” dice el asador en voz alta cuando la peonada se traslada en tropel cerca del fuego debajo de unos paraísos.

El asador se ríe solo: “Ahora tengo la música cerquita”, se dice, mientras le da un trago a la jarra de vino ya que hoy es día de cobro en la estancia “El bagual”. (…)



D.R.



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