Qué cambió en Corrientes
Lunes, 23 de enero de 2023
Diez sapucay, el guaraní como segunda lengua y una "Gran Nación"
Este domingo finaliza la 32° Fiesta Nacional del Chamamé, el encuentro temático más importante del país. Baile, música, vestimenta, gastronomía definen "una forma de ser" que trasciende las fronteras del país
Definen "una forma de ser" que trasciende las fronteras del país y en 2020 fue valorado por la Unesco como "patrimonio inmaterial". ¿Qué tiene el chamamé que nos gustan tanto? ¿Y qué políticos no quisieron perderse la foto en el Anfiteatro Tránsito Cocomarola?.
A más de 900 kilómetros de Buenos Aires, en la Capital Mundial del Chamamé -hablamos de Corrientes- se viven las últimas noches de la 32° Fiesta Nacional del Chamamé, que también es la 18° Fiesta del Chamamé del Mercosur, que también es la 2° Celebración Mundial desde que el chamamé fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2020, como ya lo era el Tango desde 2009 y el filete porteño, desde 2015.
¿Y qué encontramos en la ciudad que se caracteriza, entre otras cosas, por tener una gran cantidad de murales en sus calles como para competirle a su vecina de enfrente, Resistencia, que a 20 kilómetros de distancia, puente Manuel Belgrano de por medio, se erige como la capital de las esculturas, el mayor museo a cielo abierto del mundo de estas características?
¿Y, sobre todo, qué cambió en la tierra del chipá y el surubí, que desde el 13 de enero se reúne todas las noches en el Anfiteatro Tránsito Cocomarola desde que el chamamé se transformó en patrimonio cultural de todo el planeta?
“Más allá del reconocimiento, asumimos compromisos e implementamos políticas a largo plazo, pero no solo de difusión”, contesta Gabriel Romero a Clarín Cultura, desde el Cocomarola, donde hasta el domingo y luego de 10 sapucay (o noches), se desarrolla este festival.
Lo dice rodeado por unas cabezotas que homenajean a cinco de los grandes referentes y pioneros del chamamé: Tránsito Cocomarola (que da nombre al Anfiteatro y autor de KM 11, el himno chamamecero por excelencia), Ramona Galarza (la Novia del Paraná), Ernesto Montiel (el Señor del Acordeón), Isaco Abitbol (el Patriarca del Chamamé) y Tarragó Ros (el Rey del Chamamé).
Entre las medidas que se han implementado luego del reconocimiento de la Unesco figura la primera diplomatura sobre chamamé, de ocho meses de duración y que ya tuvo sus primeros 80 egresados, gracias a un convenio enter el Gobierno de Corrientes, su Instituto de Cultura, la Facultad de Arte de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) y la Academia Nacional de Folklore. Entre los contenidos, se estudia, además del baile y la música, la poesía, la gastronomía, su historia, orígenes y la vestimenta, entre otros aspectos vinculados a la industria chamamecera.
Cada chamamé que suena es una historia con principio y fin: “La Unesco rescató esos relatos y la integración con países vecinos, el amor con el otro, con la naturaleza, con las mujeres”, asegura Romero. El del Chamamé fue, por caso, el primer festival del país en cumplir con el cupo femenino de artistas y bailarinas.
Además de la diplomatura, también se lanzó un concurso para financiar documentales que registren la “Gran Nación Chamamecera”, como llaman al territorio de influencia de este ritmo, que puede ser en cualquier parte del mundo donde suene un chamamé, con predominancia territorial en Corrientes, Entre Ríos, Misiones, Formosa, Santa Fe, Uruguay, Paraguay y el sur de Brasil. En este sentido, es posible escuchar a la cantautora Gicela Méndez Ribeiro, oriunda de Paso de los Libres, al límite con Brasil, cantar chamamés en portugués y llevarse una ovación.
Romero explica que trabajan para incluir la enseñanza del chamamé en las currículas escolares de la primera y la secundaria, que ya cuentan con el guaraní como segunda lengua, dado que es, en efecto, la segunda lengua oficial de Corrientes, provincia argentina bilingüe. Al responsable de ArteCo y de la Feria del Libro de la ciudad, también le gustaría, por qué no, que el chamamé -como así también el tango, ambos PCI- tuvieran un espacio de difusión en la TV Pública. En eso están.
La gran Fiesta
Llegar al Anfiteatro Tránsito Cocomarola en el límite de la ciudad es encontrarse con un sinfín de motos y motitos y otro sinfín de personas haciendo fila para entrar al predio que alberga en su promedio diario a 12 mil personas.
En la fila para entrar, se repite el outfit: ni uno solo de los grupos familiares o de amigos llega a este evento que ya lleva 32 ediciones sin una heladerita bien provista de todo tipo de bebidas frescas. Comprensible: las temperaturas en el mes de enero en esta provincia superan los 40 grados y las térmicas pisan los 50. Mucho calor, sí, incluso de noche. Hay que hidratarse.
El anfiteatro tiene forma de herradura y el público se ubica más atrás o más adelante según llegue más temprano o más tarde, según preferencia, según pueda y según el grupo etario (a vuelo de pájaro, en general, los jóvenes ocupan el fondo y los padres y abuelos de los jóvenes, más cerca del escenario).
La que sorprendió cantando chamamé la noche del jueves fue Karina, La Princesita. Dejó por un ratito la cumbia para entonar “Puerto Tirol” -una de sus abuelas nació en esa localidad chaqueña-, “Alma guaraní”, “A mi Corrientes porá” y “Merceditas”, entre otros clásicos.
Al final, cumplió con el pedido de sus fans y entonó sus cumbias “Corazón mentiroso” y “Con la misma moneda”. Tuvo un percance durante su presentación: se rompió el teleprompter y en algunos temas leyó la letra desde su celular.
Luego fue el turno de Chingoli Bofill y su banda. Chingoli es el menor de los hijos del mítico Mario Bofill, quien subió al escenario después de algunos temas. Mario, de 74 años, es una eminencia viva del chamamé por estos lares, y se erigió en la velada del jueves, en algo así, como en el Messi del escenario: el hombre se llevó la ovación mayor -¡¡¡olé, olé, olé, olé, Marioooo, Marioooo!!!- y cantó acompañado e invitado por su hijo y sus músicos.
Se vio entonces al consagrado padre, como invitado especial en la sesión del hijo (ya también consagrado a esta altura). En el medio, sumaron a Chingui, otro de los Bofill. Sonaron, entre otros, “Cantalicio vendió su acordeón”, “Viva la pepa” y la bella y emocionante “Estudiante del Interior”, que cautivó una vez más a todo el auditorio y se ha convertido en un himno para los estudiantes que se mudan de sus pagos natales para estudiar en grandes capitales: “Recuerdo que buscaba con mis padres/ Un lugar dónde alojarme, pues yo soy del interior/ Comenzaba mi vida de estudiante/ Y con ropas elegantes me presente a la ciudad”.
Mario Bofill tiene convocatoria. Y tiene gran llegada a los más jóvenes. Esa noche, el predio tuvo su capacidad a pleno al punto de que público con entradas no pudo ingresar en lo que, dicen, fue una de las veladas más convocantes desde que se realiza esta Fiesta: calculan que hubo unas 20 mil personas.
Y se estima que al término de esta edición, unos 120 mil espectadores habrán pasado por el Cocomarola a escuchar a más de 250 artistas del chamamé, “que significa nuestra forma de ser”, según lo han definido los presentadores del festival. Entre ellos, el paraguayo Rigoberto González Man, que al estilo Michael Buffer en las peleas de boxeo, cada noche anunció con su voz grave “¡¡¡Chamamé from Corrientes to the wooooorld!!!”.
En cuanto al lema -“Chamamé para un mundo nuevo”-, el director artístico de la Fiesta, Eduardo Sívori, explicó: “El chamamé habla de la integración, del amor a la naturaleza, que son valores hermosos para un mundo en el que hay guerras, grietas o pandemias como la del Covid”. Y adelantó el lema de la edición 2024: “Chamamé grito de identidad”, que “apunta a la visceralidad del chamamé, el grito de sapucay sale de las vísceras”.
La bailanta del Puente Pexoa
Miguel Ángel Hildmann es cordobés y es la primera vez que visita este festival, la fiesta temática más importante del país. Su apellido suena al de un superhéroe, He-Man. Y aunque no es un hombre famoso al que le pidan selfies, ha cumplido un papel de superhéroe para el país, aunque no fue el único en esta gesta histórica para los argentinos: su desempeño a la hora de conseguir que la candidatura del chamamé avanzara a instancias finales como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad fue vital.
“El del chamamé es un caso líder. Se demostró que el eslabón que faltaba era el diálogo, porque las objeciones a la presentación del dossier eran técnicas, pero estaban en el anexo. El chamamé es más qué música y danza, es diálogo”, asegura Hildmann.
Él se desempeñaba como delegado permanente ante la Unesco al momento de la presentación. Conoce los secretos de la postulación, los puntos fuertes y los no tanto. Él fue uno de quienes la peleó cuando le decían que había aspectos técnicos del dossier que no se cumplían: en realidad, explica a Clarín Cultura, sí se cumplían. Y así lo hizo ver. Él enfrentó con argumentos al funcionario de nacionalidad inglesa que rechazaba tozudamente que el chamamé se convirtiera en PCI. Lo consiguió.
Tres años después, un caluroso sábado de enero, saca fotos y filma en la bailanta del Puente Pexoa, una bailanta popular en la localidad de Riachuelo, a unos 20 kilómetros de la capital correntina. Hildmann experimenta de primera mano un poquito de ese chamamé que tanto defendió. Está impactado con lo que ve.
La ubicación de esta peña chamamecera “rural” (así la describen) no es casual: se monta a pasitos del Puente Pexoa, una estructura de hierro sobre el arroyo Riachuelo, por estos días casi sin agua y con motoqueros y cuatriciclos paseando por su lecho. El puente une Corrientes con Empedrado y tiene una carga emocional para los correntinos.
Es un sitio emblemático, al que Mario del Tránsito Cocomarola le compuso un tema: “Puente Pexoa”. Se trata de una peña popular que se realiza únicamente dos fines de semana del año, de día, al rayo del sol, con 50 grados, en la época en que se desarrolla la Fiesta del Chamamé, y que a diferencia de ésta, cuyas entradas se consiguen a $1.500, aquí el acceso es libre y gratuito. Y de gran convocatoria, también.