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Donde las piedras hablan
Martes, 19 de junio de 2012
Donde las piedras hablan


Una mirada al pasado, a la antigua vida cultural del norte del país. Nos permiten conocer la historia de la colonización y evangelización de indígenas. Envuelta por un halo de misterio, la ciudad de San Ignacio resiste el paso del tiempo custodiando las ruinas con mayor valor histórico-cultural de la Provincia de Misiones, a unos 50 kilómetros de la ciudad de Posadas. Su serenidad característica, su vegetación, su aire puro y su misticismo convierten a esta localidad en un encantador destino, uno de los preferidos entre los principales puntos turísticos de Misiones.

 

De acuerdo con las investigaciones arqueológicas de la misionera Ruth Poujade y otros de sus colegas, se estima que el territorio misionero fue habitado desde unos 10.000 años atrás. Los guaraníes ingresaron en la región desde el siglo X, lo que implicó el desplazamiento y la aculturación de grupos que ya habitaban allí, como los kaingangs o los guayanas.

 

El arribo de los primeros colonizadores a la región se produjo en el siglo XVI, como lo contó Alvar Nuñez Cabeza de Vaca en 1542: «… y en la ribera del río estaba muy gran número de indios de la misma generación de los guaraníes: todos muy emplumados con plumas de papagayos y almagrados, pintados de muchas maneras y colores, y con sus arcos y flechas en las manos hechos un escuadrón de ellos, que era muy gran placer de los ver…»

 

Según narra la historia, los sacerdotes José Cataldino y Simón Masceta fundaron en 1610, en la región del Guayrá (Brasil), la reducción de San Ignacio Miní, junto a otras que, en 1631, serían asediadas en forma constante por los cazadores portugueses de esclavos (bandeirantes). Sólo el pueblo de San Ignacio y el de Nuestra Señora del Loreto sobrevivirían a los ataques, emigrando en 1632 y estableciéndose a orillas del río Yabebirí, en la actual provincia de Misiones.

 

San Ignacio Miní se establecería en el sitio donde hoy perduran sus ruinas en el año 1696, como una experiencia social, cultural y religiosa única de su tipo, protagonizada por los pueblos originarios y la Compañía de Jesús. Posteriormente, todas las reducciones, incluso ésta, serían destruidas por el dictador paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia, en 1817, y restauradas en forma total en la década de 1940, situación que permite apreciarlas actualmente. En 1984 fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

 

Antes de entrar, hay que pasar por el Centro de Interpretación, un museo que trata de situar las acciones jesuíticas en su contexto. En un edificio neocolonial, con tejas rojas, sus colecciones muestran objetos como instrumentos de cuerda creados por los guaraníes y una formidable maqueta explicativa de la misión original. Un panel con audífonos, por ejemplo, nos permite oír viejas leyendas en idioma guaraní, junto al texto en inglés y castellano. Otro, permite comparar la música sacra oficial de las misiones con temas como Ñanembaraete ‘i Katu (“Nos fortalece la vida”), donde los ritmos y coros minimalistas de los guaraníes incorporan instrumentos europeos.

 

Al salir del museo, los visitantes llegan a la Plaza de Armas, rodeada en tres de sus lados por los cimientos del sector de los guaraníes -había 4.000-. Lo más impresionante es la Iglesia de San Ignacio Miní, de piedra roja, con una fachada de 24 metros tan cuidada que su supervivencia, tras casi dos siglos de abandono, es todo un homenaje a la habilidad de los artistas guaraníes que la construyeron, siguiendo el diseño del arquitecto italiano Juan Brasanelli.

 

El templo mayor, de tres naves, fue construido con piedras de la zona, la cubierta era de tejas, a dos aguas, sostenida por una estructura de madera. En toda la arquitectura del asentamiento puede apreciarse el legado guaraní, palomas, y dibujos de las flores del lugar.

 

Flanqueada por el cementerio y los claustros, las decoraciones de sus arcos y columnas incluyen figuras de ángeles, palomas y flora local. Los suelos son un verdadero “rompecabezas” de bonitas losas. Inevitablemente, hay andamios de madera que sujetan las frágiles paredes de la iglesia. También hay otros edificios muy originales, como los talleres e incluso la cárcel.

 

San Ignacio es la misión jesuítica argentina mejor conservada, y por tanto la más visitada, pero no es la única en la zona. En la Misión de Nuestra Señora de Loreto, situada a 10 km al oeste de San Ignacio y a 3 km de la Ruta Nacional 12, los visitantes pueden hacerse una idea de qué aspecto debía tener San Ignacio antes de su restauración. Todavía cubierta por la vegetación, buena parte del lugar sólo puede entenderse mediante placas explicativas.

A unos 16 km al sur de San Ignacio y a tan sólo 1 km de la ruta 12, un andamio sujeta las frágiles paredes de ladrillo de la Misión Santa Ana. Entre sus restos, puede entreverse la iglesia, las que fueran residencias de los guaraníes hace 400 años, los talleres y el cementerio -que se volvió a usar y a abandonar en el siglo XX, y que más bien parece el decorado para una película de terror.

Fuente – Diario Perfil



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