Cuando en la década del 60, una mujer mofletuda,  regordeta y siempre vestida de negro visitaba mi casa no imaginaba que era la musa inspiradora de uno de los temas mas conocidos del repertorio chamamecero.

Se llamaba Cándida, o al menos así le decía mi madre. En raras ocasiones pasaba a la sala y  se sentaba un rato. Siempre estaba sonriente, tenía un rostro pícaro y hacia chistes y guiños permanentemente.

Tomaba agua en un vaso que era de su uso exclusivo porque mi madre nos decía que tenía una enfermedad. Pero se la veía absolutamente sana y divertida.

Siempre vestía de negro y eso me llamaba la atención. En la cabeza usaba un pañuelo negro cruzado a la manera gitana de donde escapaban algunas mechas canosas.

En los últimos tiempos de mis recuerdos, ya utilizaba un bastón.

Percibía en ella un gran amor a mi madre. Recuerdo que decían que era una gran tiradora de cartas.

Al describirla, estoy seguro que mis vecinos de aquel entonces, la recordarán.

Por otra parte, siempre supe que ese éxito titulado “LA CAÜ” era de mi abuelo. Eso se sabía desde siempre en mi casa. Pero también sabía que mi abuelo jamás se tomó la molestia de registrar sus composiciones. Simplemente las interpretaba con su conjunto transitando escenarios y radios de todo el país.

“La Caú” (La borracha) es original de mi abuelo Rogelio Capurro popularizada por Don Mauricio Valenzuela que era amigo de la familia, junto a Mario Millán Medina.

Forma parte de una trilogía que completan “La Tabí” (La loca)  y “La Mondá” (La ladrona). Inspiradas en mujeres de  un “dancing” o “casa de tolerancia” que pertenecía a Doña Lola Canario en Mercedes (Ctes.). Una de ellas, de nombre Cándida-  creo que vivió sus últimos años en el Hogar de Ancianos de esa ciudad – es a quien me estoy refiriendo. Dionisia se llamaba La Tabí, y a La Mondá creo que le decían Esthercita. Todo esto lo registro de anécdotas contadas por mi abuelo Rogelio.

Transcurriendo la vida, procesando las imágenes, las frases, lo que me decían y lo que yo sabía… recién le di importancia al hecho de que Cándida era La Caú.

Y efectivamente nunca dejó de serlo. Recuerdo que era motivo de risa que aún en el Asilo ella buscaba la manera de introducir bebidas alcohólicas, para ella y para negociar con los otros internos.

Que lástima no haber podido hablar más con ella, preguntarle cosas. Que lástima que nadie nunca le grabó un reportaje. Que lástima hoy, no saber siquiera como era su apellido ni donde estará yaciendo.

Al escribir estas líneas, le ofrendo a Cándida mi memoria emocionada y un aplauso agradecido para mi abuelo que es el mejor homenaje que puede recibir un artista.

Datos del Autor
Jacinto Méndez Capurro, "escribidor"y buen lector, con más de 33 años en los medios de comunicación de la provincia y el país. Redactor periodístico, publicitario y de ficción.