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Destino de Correntino
Viernes, 17 de diciembre de 2010
Destino de Correntino
 

Era noche chamamecera, la atmósfera estaba cargada de aromas y un vaho musiquero envolvía el alma del paisanaje. En la bailanta las guainas meneaban sus polleras y el polvo del zapateo se prendía al sudor de las parejas. Todo era un alegre mezclar de sentimientos y corajes contenidos en sapukay, cordiona y canto.

El paisanito de sombrero aludo retobado, camisa blanca arremangada al codo, bombacha de igual color y botas de media caña, llevaba al cuello pañuelo colorado como era su opinión y cuchillo atravesado entre la faja, por la espalda, a la altura de su cintura, como algo más que le pertenecía en su ancestral condición.

Bailaba, gritaba y tomaba esa noche en la Pista “El Tropezón”, dando rienda suelta a su emoción. ¡El era la música!, esa loca cordiona que le desataba el sentimiento para sentirse pïa guasú (1). Su pendencia era como un relincho agreste, el canto alerta de un Chaja lagunero, o la heredad de la libertad sin condición.

Por eso no entendía cuando el milico quiso hacerle valer su autoridad, no podía descifrar en la maraña de sus pensamientos el límite que aquella le querían poner. ¿Quién se creía que era?, el que en nombre de la Ley y el orden le alteaba, si después de todo, no era más que él, ese milico chusco y presumido, hijo de las circunstancias, que hasta ayer nomás fue su igual, peoncito de estancia, y que consiguió ese conchabo porque era pïragüe (2) igual que él.
Y entonces… que se creía para alterarlo cercenando sus emociones. ¡Noo chamigo…! No sos vos ni nadie que me van a atajar. Pensaba en su loco desvarío, su coraje fue probado en cien páginas de historia y sus ancestros fueron capaces de trepar los Andes al galope, desparramando cruces en el continente de la patria, o matar por la opinión de su color, y ayer nomás, dejar sus huesos congelados en Malvinas.

¿Por qué…? Por que vos chamigo que sos mi sangre, queres ordenar mi pendencia en esta noche musiquera, cuando todo mi ser es chamamé, es vino malicioso que confunde mi mente y me vuelve toro alzado de los campos. ¡Altooo! … fue la voz de orden, y un cuchillo brilló en la noche, expresión de su rebeldía.

¡Detente aña membï…! (3) gritaba el milico a su congénere. Quería explicarle que ya el baile había terminado , que la música que escuchaba era del vino regado en su sangre, que no bailaba, que él también era corajudo como el que más, y que en su condición de autoridad, le iban a respetar. ¡Recula carajo, que te liquido!, grito el milico.

Pero las sombras fueron cortándose por el brillo del acero emponzoñado, hasta que un sordo estampido se escucho seco, y un trastabillar con ojos desorbitados, buscaba entre borbotones rojos una muda explicación a este destino de correntino…

 

Por Miguel Raúl Lopez Breard

Revista Corrientes es Chamamé; III Edición - Año 2009



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